Celebramos la fiesta del más grande y bello don que Jesús podía hacernos como discípulos suyos, su propio Espíritu. Jesús quiere seguir vivo y presente en y a través de cada uno de nosotros.
Con esta fiesta concluye el tiempo pascual. Jesús muerto, resucitado y subido al cielo, ahora da paso al tiempo de la Iglesia, su Cuerpo místico. Nosotros, los creyentes bautizados, somos células vivas de su cuerpo y poseemos su Espíritu para continuar su obra: “Como el Padre me ha enviado, así los envío yo”.
La memoria de la vida, obra, pasión, muerte y resurrección de Jesús no puede quedar en un bonito recuerdo. La memoria de Jesús es una oportunidad de recordarnos cada año quienes somos y debemos ser sus discípulos: extensión visible de su cuerpo. Él nos ha enviado con el poder de su Espíritu a seguir curando, amando, sirviendo, perdonando, predicando, como lo hizo cuando estuvo entre nosotros.
¡Es Pentecostés! Es fiesta del Espíritu recibido y de sus innumerables dones. Es fiesta de la Iglesia, que nace hoy como comunidad de fe unida por un mismo Espíritu, que sirve con amor a los más frágiles y necesitados, que celebra con gozo la presencia del su Señor y que sale hacia las familias y pueblos a anunciarles las maravillas que Dios tiene reservadas para los que creen.
Feliz fiesta para todos.